2 mar 2011

Historia infumable (I)


¿Y ahora qué? Le dije mientras ella se esforzaba por callar mis gritos con lágrimas. Ya nada tenía solución. No era una más de las muchas ocasiones en las que una tontería desembocaba en una riña y esta finalizaba con un festival de polvos. Aquella no fue la gota que colmó el vaso, fue el empujón que hizo que el vaso no pudiese volver a contener  líquido nunca más.
Era muy difícil ponerse en mi situación. Ella había estado siempre conmigo, había antepuesto su relación a los murmullos, me había defendido  ante todo y ante todos. Y sin embargo, tras lo ocurrido, yo solo pensaba en como podría librarme de su presencia sin llamar excesivamente la atención. Era complicado avistar que detrás de esa preciosa cara y de aquellos ojos tan cristalinos se escondiera un ser tan repugnante y oscuro.

Nuestra conversación matinal fue típica por no tildarla de tópica. Como no teníamos nada que decirnos, o peor, como no queríamos tener nada que decirnos, empezábamos a alinear una serie de temas sin relación ninguna, esperando acabar el café de rigor e irnos cada uno a nuestro puesto de trabajo. Los temas que tratamos aquella mañana no eran precisamente nuevos para nosotros: la crisis, las pensiones, los tactos rectales, el deseo de un viaje por Egipto… todos los asuntos eran bienvenidos para robar tiempo al tiempo.

Cuando acabamos de debatir sobre la castración de curas pederastas, ella dejó su taza en el fregadero y se dispuso a coger el abrigo para dirigirse a su despacho. Lástima que aquel día me diese por utilizar  el cuchillo jamonero después de tanto tiempo sin catar jamón en aquella casa. La situación obligaba a tomar una decisión rápida y yo la asumí. Fue una lástima. Me gustaba su opinión sobre el reparto televisivo.

0 tontos con lápiz:

Publicar un comentario

 
↑Top