5 mar 2012

Historia infumable (II)



   -                                 - Ya sabes – dijo mientras posaba su mano izquierda sobre el cuello de mi gabardina – las cosas están como están.

Decidí ponerme a mirar por la ventana con el único objetivo de evitar enfrentarme a ella. Pronto deparé mi atención en un pajarillo que estaba posado sobre la barandilla del balcón del piso de enfrente. Era pequeño y sucio, muy simple, uno de esos seres que (al igual que muchas personas) parecen hechos con molde porque al de arriba se le han acabado las ideas.

-                                -  Es necesario que hablemos. Empiezo a estar cansada de todo esto.

El pajarillo avanzaba por la barandilla metálica con mucho cuidado. Adelantaba una patita sobre otra con delicadeza, casi con mimo, como si pretendiese no hacer daño al objeto férreo con sus pisadas. Me fijé un poco más (ahora que todavía puedo y no necesito cargar con gafas) y vi que una de sus patitas nunca llegaba a contactar con la superficie. El pobre bicho caminaba a la pata coja por una barandilla bastante estrecha, seguramente a causa de algún golpe provocado mientras sobrevolaba los cielos nucleares de esta mierda de ciudad.

-                            -  Me gustas mucho Julio, pero no te soporto y quiero que una de las dos cosas cambie para saber que hacer.

El pajarito piaba mientras cruzaba la barandilla, pero no era un “pio, pio” genérico, era más una llamada de auxilio, un “no me queda mucho tiempo de vida y quiero que lo sepáis”. Sus pasos (o su paso mejor dicho, debido al estado de su pata izquierda) eran cada vez más precipitados y más de una vez temí por la estabilidad de su cuerpo.

-                              -   ¿Por qué me ignoras, joder? No creo que me convenga seguir contigo. Eres un auténtico imbécil.

Y entonces pasó. A unos veinte centímetros del fin de la negra barandilla.

-                              -  ¡Contéstame, calzonazos!

Su patita derecha, harta de soportar su peso, acabó cediendo.

-                               -  Nunca debí haber cruzado esta puerta, He tirado tres preciosos años de mi vida contigo.

Y cayó.

-                              -  ¡No me vuelvas a dirigir la palabra, maldito cabrón!

Y sus sesitos se esparcieron sobre la acera dando fin a su coja vida, coja como la relación que murió ese mismo día por no ser capaz de llegar hasta el final de la barandilla.



 
↑Top