27 feb 2012

Te dicen que...

Y un buen día estallan y te sueltan a la cara todo lo que se llevan reprimiendo varias semanas o incluso meses. Te dicen que ya, que ya están hartas de aguantarte, de pasar contigo las noches en las que no puedes dejar de darle vueltas a la cabeza y de que al día siguiente todos se fijen en ellas cuando siempre han querido pasar inadvertidas. 

Te dicen que sí, que sí que es hora de que pongas orden a tu vida, que no les vale que te quedes hasta las dos de la tarde durmiendo si te has metido a la cama a las siete de la mañana, que o te organizas o cada vez van a tener peor aspecto y van a hacerte sentir más desgraciado en contra de su voluntad.

Te dicen que no, que no es justo que ellas lleven toda la vida junto a ti y tu sin embargo no hagas caso a sus avisos, que cuando se hinchan lo único que quieren es que cambies y empieces a ser alguien formal. Que no les importaría tener ese aspecto si fuese porque tú te has pasado toda la noche anterior estudiando o haciendo trabajos  para tu estúpida carrera, pero que ellas se niegan a seguir padeciendo todas tus noches de juergas, de charlas con los amigos o de partidas al FIFA que se alargan mucho más de lo que deberían. Que ya está bien, hostia.

Te dicen que adiós, que adiós, punto, que no hay nada que hacer. Que saben que no vas a cambiar, que vas a ser un desgraciado toda tu vida y que desgraciadamente ellas siempre van a tener que estar a tu lado. Pero que te odian con todas sus fuerzas y que paladearán con saña cada uno de los fracasos afectivos que sufras por su presencia. Gilipollas.

Y te quedas callado mientras toda esta retahíla de críticas y puñaladas caen sobre tus oídos, pues es verdaderamente triste que hasta tus ojeras sean conscientes de lo que tú te esfuerzas día a día en negar.



 
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